domingo, 13 de septiembre de 2009

Santa María Virgen (II)



En este trabajo justificaremos teológicamente la virginidad, en el parto, de la Santísima Virgen, dejando para un segundo mensaje la exposición de un argumento físico-matemático de plausibilidad (como una posibilidad también física) del nacimiento virginal de Nuestro Señor Jesucristo.

2. Virginidad en el parto.-

Es dogma de fe el siguiente aserto:

María dio a luz sin detrimento de su integridad virginal

Este dogma declara que la integridad corporal de María se mantuvo intacta en en el acto de dar a luz. Este parto tuvo carácter extraordinario, y se ha comparado con la penetración de un haz de luz a través de un cristal, que deja inalterado macroscópicamente a dicho cristal, el cual es atravesado sin sufrir menoscabo. Ha de distinguirse entre esta virginidad y la correspondiente al momento de la concepción (virginidad pre-parto).

No le corresponde a la Ciencia Teológica puntualizar en qué consiste, fisiológicamente, la integridad virginal en el parto, aunque podemos conjeturar que no consiste solo en la indemnidad del himen (falta de apertura de las vías naturales por donde se produce el alumbramiento), sino en la integridad absoluta del cuerpo de María, en ese momento. En el siguiente mensaje precisamos cómo, desde el punto de vista de la ciencia básica, la Física, es posible que un cuerpo pueda 'atravesar' un receptáculo de materia sólida o semisólida, sin menoscabo de este ni de aquel, con lo que, al margen del carácter milagroso del acontecimiento, hay un átomo de evidencia de la razonabilidad de este evento.

Teológicamente, la integridad corporal en el parto, de María, hállase relacionada con la exención de toda concupiscencia desordenada, consecuencia del dominio absoluto de las fuerzas espirituales sobre los órganos corporales y los procesos fisiológicos. María tuvo, en el nacimiento de Jesús, un papel completamente activo (Lc 2, 7). De ahí se explica la falta de dolores físicos y de afectos sexuales, en el parto.

La virginidad de María en el parto hállase contenida implícitamente en el título Siempre Virgen (ἀειπαρθένος), otorgado en el V Concilio universal de Constantinopla, el año 553 (DZ 214, 217, 277). Esta verdad es enseñada expresamente por el papa San León I en la Epistola Dogmatica ad Flavianum (Ep 28, 2), aprobada por el concilio de Calcedonia. También la enseñaron el Sínodo de Letrán (649) y el papa Paulo IV (1555) (DZ 256, 993). Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis, declara: «Ella dio la vida a Cristo Nuestro Señor con un parto admirable».

Is 7, 14 anuncia que la Virgen dará a luz en cuanto virgen. Los santos Padres relacionan al parto virginal del Señor aquella palabra del Profeta Ezequiel que nos habla de la puerta cerrada (Ez 42, 2; San Ambrosio, Ep 42, 6; San Jerónimo, Ep 42, 21), la del profeta Isaías sobre el parto sin dolor (Is 66, 7; San Ireneo, Epid 54; San Juan Damasceno, De fide orth IV 14) y la del Cantar de los Cantares sobre el huerto cerrado y la fuente sellada (Cant 4, 12; cf. San Jerónimo, Adv. Iov. I 31; Ep. 49 21).

San Ignacio de Antioquía designa, tanto la virginidad de María como su parto, «como un misterio que debe ser predicado en alta voz» (Eph. 19, 1). Testimonio del parto virginal de Cristo lo dan los escritos apócrifos del siglo II (Odas de Salomón 19, 7ss; Protoevangelio de Santiago 19s; Subida al cielo de Isaías 11, 7ss), y también escritores eclesiásticos como San Ireneo (Epid. 54; Adv haer. III 21, 4-6), Clemente Alejandrino (Strom. VII 16 93), Orígenes (In Lev, hom. 8, 2).

Los padres y teólogos se sirven de diversas analogías:


  • La salida de Cristo del sepulcro sellado.
  • El modo con que Él pasaba a través de las puertas cerradas, como pasa un rayo de sol por un cristal sin romperlo ni mancharlo.
  • La generación del Λόγος del seno del Padre.
  • El brotar del pensamiento en la mente del hombre.



3. Argumento teológico de Santo Tomás de Aquino


Declara Santo Tomás de Aquino (prescindo de la inclusión del texto latino original, por brevedad):

La concepción virginal de Cristo es conveniente por cuatro motivos.

Primero, por salvaguardar la dignidad del Padre que le envía. Al ser Cristo verdadero y natural Hijo de Dios, no fue oportuno que tuviera otro Padre más que a Dios, a fin de que la dignidad de Dios no fuese transferida a otro alguno.

Segundo. Convino a la propiedad del mismo Hijo, que es enviado. Él es, en efecto, el Verbo de Dios. Ahora bien el Verbo es concebido sin corrupción alguna del corazón; no solo eso, sino que la corrupción del corazón no permite la concepción de un verbo perfecto. Por consiguiente, como el Verbo tomó la carne para que fuese carne del Verbo, fue conveniente que también fuese concebida sin corrupción de la madre.
[La virginidad de María está en función de la divinidad de Jesús]

Tercero. Eso fue conveniente a la dignidad de la humanidad de Cristo, en la que no debió haber sitio para el pecado, puesto que por medio de Ella era quitado el pecado del mundo, según Ioh. 1, 29: "He aquí el Cordero de Dios [es decir, el inocente], que quita el pecado del mundo".
Pero no es posible que de una naturaleza ya corrompida por la unión sexual naciese una carne exenta de la contaminación del pecado original. [...]

Cuarto. Por el mismo fin de la encarnación de Cristo, que se ordenó a que los hombres renaciesen como hijos de Dios. [...] El ejemplar de este acontecimiento debió manifestarse en la misma concepción de Cristo.

La madre de Cristo fue virgen en el parto.

Esto fue conveniente por tres motivos.

Primero, porque correspondía a la propiedad de quien nacía, que es el Verbo de Dios. El Verbo, en efecto, no solo es concebido en la mente sin corrupción, sino que también procede de ella sin corrupción. Por lo que, a fin de manifestar que aquel cuerpo era el mismo Verbo de Dios, fue conveniente que naciese del seno incorrupto de una virgen.[...]


Segundo, porque esto es conveniente en lo que atañe al efecto de la encarnación de Cristo, pues vino para quitar nuestra corrupción. Por eso no fue oportuno que al nacer, corrompiese la virginidad de la madre..[...]

Tercero. Fue conveniente para que, al nacer, no menoscabase el honor de la madre aquel que había mandado honrar a los padres.



Ante la objeción naturalista:


Ahora bien, la abertura del seno elimina la virginidad. Luego la Madre de Cristo no fue virgen en el parto.

Responde el santo-sabio de Aquino:

Eso, como explica Beda, "se dice del nacimiento ordinario; pero no obliga a creer que el Señor, que había santificado la morada del sagrado vientre al entrar en él, lo desflorase al salir del mismo". Por lo que tal apertura no significa la abertura del seno virginal, sino la salida del hijo del seno materno.

Y prosigue el Aquinate, resolviendo otra objeción:

Cristo quiso demostrar de tal modo la verdad de su cuerpo, que a la vez se manifestase su divinidad. Y por eso unió lo sublime con lo modesto. De donde, para manifestar la verdad de su cuerpo, nace de una mujer. Pero para mostrar su divinidad, nace de una virgen.

A la objeción tercera a la tesis de la virginidad en el parto:

[...]por el hecho de haber entrado el Señor, después de su resurrección, con las puertas cerradas, donde estaban sus discípulos, "mostró que su cuerpo era de la misma naturaleza, pero de condición gloriosa"; y, de este modo, parece que el pasar por lugares cerrados pertenece al cuerpo glorioso. Ahora bien, el cuerpo de Cristo no fue glorioso a la hora de su concepción, sino pasible, al 'tener una carne semejante a la del pecado', como dice el Apóstol en Rom 8, 3. Luego no salió a través del seno cerrado de la Virgen.

Responde el Aquinate:

Algunos afirmaron que Cristo asumió la dote de la sutileza de su nacimiento cuando salió del seno virginal sellado; y la dote de la agilidad cuando caminó a pie enjuto sobre las aguas (cf. Mt. 14, 25). Pero esto no se armoniza con lo que hemos dicho antes. Tales dotes del cuerpo glorioso provienen de la redundancia de la gloria del alma en el cuerpo, como se dirá más adelante al tratar de los cuerpos gloriosos. Pero ya hemos establecido que Cristo, antes de la pasión, permitía a su cuerpo obrar y sufrir lo que le es propio, no realizándose tal redundancia de la gloria del alma en el cuerpo.

Y por eso es preciso decir que todo esto se realizó milagrosamente por el poder divino. De donde escribe Agustín In Ioann: Las puertas cerradas no se opusieron al paso de la masa del cuerpo en que residía la divinidad. En efecto, pudo entrar con las puertas cerradas aquel que, al nacer, dejó intacta la virginidad de la madre.
[...]

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